En el mes de abril
En el mes era de Mayo,
de Abril después un día,
cuando lirios y rosas
muestran más su alegría,
en la noche más serena
que el cielo hacer podía,
cuando la hermosa infanta
Flérida ya se partía,
en la huerta de su padre
a los árboles decía:
Quedaos adiós, mis flores,
mi gloria que ser solía,
voyme a tierras estranjeras,
pues ventura allá me guía.
Si mi padre me buscare,
que grande bien me quería,
digan que amor me lleva,
que no fue la culpa mía;
tal tema tomó comigo
que me venció su profía.
¡Triste, no sé a dó vo,
ni nadie me lo decía!
Allí habla don Duardos:
No lloréis, mi alegría,
que en los reinos de Inglaterra
más claras agoas había
y más hermosos jardines,
y vuesos, señora mía.
Ternéis trecientas doncellas
de alta genelosía,
de plata son los palacios
para vuesa señoría,
de esmeraldas y jacintos,
de oro fino de Turquía,
con letreros esmaltados
que cuentan la vida mía;
cuentan los vivos dolores
que me distes aquel día
cuando con Primaleón
fuertemente combatía:
señora, vos me matastes,
que yo a él no lo temía.
Sus lágrimas consolaba
Flérida que esto oía.
Fuéronse a las galeras
que don Duardos tenía;
cincoenta eran por cuenta,
todas van en compañía.
Al son de sus dulces remos
la princesa se adormía
en brazos de don Duardos,
que bien le pertenecía.
Sepan cuantos son nacidos
aquesta sentencia mía:
que contra la muerte y amor
nadie no tiene valía.
(Vicente Gil)
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